jueves, 24 de julio de 2014

«Downton Abbey» y su Biblioteca


La presunción de la Biblioteca como signo de aristocracia.

Comentarios a la serie «Downton Abbey»



Cansado de los personajes leves pero pesados de series como Walter White (Bryan Cranston; EUA, 1956) de Breaking Bad [www.amctv.com/shows/breaking-bad] o Tom Kane (Kelsey Grammer; EUA; 1955) de Boss [series.tntla.com/boss], buscamos algo nuevo y diferente que ver. En la lista de prioridades los títulos tenían la marca de la suave intensidad de una vida honesta y normal pero que detrás escondían el olor de la cloaca social. Buscábamos escapar de esa densidad y el estante nos propuso una serie que alguna vez enterados por Antonio Lazcano (México; 1950) y la programación del Canal 11 [www.oncetv-ipn.net/downton/index.php?temporada=1] nos detuvimos corto tiempo en ella. Iraís (México; 1975) debía elegir en ese momento. Descansé de no ser quien tuviera que decidir y, al final, quedarme con otro de esos seres de los que huía.
«Downton Abbey» es una serie británica para tv producida para Independent Television, Public Broadcasting Service y Nova, por Carnival Films y Masterpiece. Con una exitosa recepción, comenzó a emitirse en 2010 y terminó en 2013 con cuatro temporadas en total, las cuales fueron reconocidas en festivales y premios como los Emmy (EUA), Tp de Oro (España), Ondas (España) y Golden Globe Awards (EUA). El original guión de Julian Fellowes (El Cairo, 1949) se desarrolla en torno a la vida aristocrática de los Crawley y sus sirvientes en la Country house de Downton Abbey, asentada en Yorkshire [downtonabbeyhistory.tumblr.com]. La primera escena muestra un telégrafo y en el instante nos ubica en los albores del siglo XX con sutilezas que imprimen elegancia la historia que viajará hasta poco antes de la Segunda Guerra Mundial [www.youtube.com/watch?v=8PeKMSYFn4s]. La primera escena que muestra un telégrafo marca la línea narrativa literaria y audiovisual, pues el mensaje que va o llega dice que en el hundimiento del Titánic (abril de 1912) ha muerto el heredero al título. La primera escena con el telégrafo no sólo remonta a un pasado que parece lejano, también retrata a una sociedad que en esencia parece haber cambiado para continuar en el mismo lugar.
En el mundo tangible, el señor del Highclere Cast [www.hgtv.com/on-tv/castles-on-camera-hgtv-visits-the-real-downton-abbey/pictures/index.html] es el octavo Conde de Carnarvon, George Reginald Oliver Molyneuz Herbert (Inglaterra; 1956), ahijado de la reina Isabel II (Londres; 1926). En la serie, la fastuosa construcción conocida como el castillo del «Downton Abbey» es habitada por Robert, Conde de Grantham (Hugh Bonneville; Londres, 1963), junto con su familia (esposa, hijas, madre y agregados) y un complejo servicio de cocineras, mayordomos, mucamas, meseros, choferes, jardineros y más. Los relatos se hilan con pretextos como las novedades electro-tecnológicas, vistas de parajes increíbles, ciudades y comunidades añejas, personajes investidos en la alta refinación, el recreo de tradiciones y usanzas de la «época eduardiana» (1900 a 1910, aprox.)
La historia en cada una de las temporadas va cuidada con extrema pulcritud, los detalles no se dejan pasar bajo ningún hilo suelto y dejan, en todo momento, un aire de derroche, de lo que fue, de lo que se quedó. La vida de los Crowley va del castillo, al campo, al pueblo cercano, a Londres, al comedor y a la Biblioteca. Esta última, la Biblioteca, que tapiza largas y altas paredes por varias estancias, cubre un espectro fundamental en la estructura estético-literaria, pues en ella gran parte de los nudos se deshacen o se tejen ahí, mandando un mensaje para el auditorio entendido. Una Biblioteca que posee una Biblia Gutemberg (Alemania; 1398-a468) o Biblia de 42 líneas (1454-55, aprox.), pero que no se muestra porque el Señor desconocía su ubicación y el anciano que lo sabía, al parecer, estaba muerto. Una Biblioteca sin consultarse, que en apenas en uno o dos cortas escenas algún personaje toma un libro sin ojearlo, nunca. Una Biblioteca que junto al comedor y los aposentos, en «Downton Abbey, serán las atmósferas para montar y desmontar la teatralidad de una sociedad que aún se pasea entre nosotros.
Este tema, el de la Biblioteca, que parece sutil o dejado de lado, es fundamental pues aún cuando la lectura ha sido una de las actividades distractoras más lúdicas y trascendentales de la humanidad, y en el periodo histórico en que se desarrolla la serie lo es más por la bonanza de las arcas reales y su transformación aristocrática, al parecer no formó parte significativa, en el primer plano de la experiencia cotidiana. Si bien, las Bibliotecas constituyen uno de los lugares valiosos para el convivio y el departimento, en este caso lo es igual al campo o la sala o un pasillo cualquiera, donde nadie se atreve a tomar un libro o a charlar sobre algún autor, dejando un extraño sabor sobre la clase social educada en la Inglaterra de principios del siglo XX.

martes, 15 de julio de 2014

Remington en casa


Remington en casa

 Santiago me ha regalado la «Remington Noiseless Portable» junto con un hermoso tablero de ajedrez. Lo ha hecho para celebrarme y porque su abuelo materno le ha motivado a desprenderse cuando el cariño se le sale del corazón. Fuerte. Recio. Contundente. «Toma tú la máquina –dijo- que yo llevo a tu coche el ajedrez». Autómata, le seguí por la sala, el pasillo, el corredor de la calle y al auto. Noqueado, me quedé sin palabra. El chico no pasa los doce años y ya ha superado una altura sensible que adultos nunca alcanzarán. Su detalle. Las frases. Quizá pasó, porque le conozco, días enteros pensando el escenario, lo que diría, lo que haría; estoy seguro que planeo el cruce de las miradas y las respuestas a cada una de mis acciones. De sobra sé que no se sorprendió por mi falta. De sobra sé que tenía prescrito que iría a la lona o que alguna lagrima detuviera su asomo o que diera un discurso de cada objeto o su acto. De sobra sé que él sabe. Quizá pasen otros doce años para que vuelva a detallarme con ese sentido o quizá cincuenta años o quizá a mi muerte o en mi memoria. No importa, aunque sí. Es ya un gigante montado sobre un blanco espíritu del que los hombres nos bajamos a fuerza del día a día, de la economía, de las labores, de arrojar las ensoñaciones por un carácter que se quiebra de vez en cuando.
Santiago me ha regalado la «Remington Noiseless Portable» junto con un hermoso tablero de ajedrez. Es la silenciosa máquina de escribir, que pesa poco más de siete kilogramos, famosa en las décadas de los 30’s y 40’s del siglo pasado por su portabilidad. Una página de internet que pone a la venta objetos «typerwriter», la subasta, cuando su valor original fue de 92,50, en 595 dólares, poco más de siete mil pesos,* costo similar al del iPad o iPod o minilap, según se prefiera. No pocos visitantes al departamento, sorprendidos, me han sugerido rematarla por algo más moderno, más útil, menos pesado, ostentoso, viejo. Sonrío socarronamente. Para qué explicarle a ese sordo el tono de aquella nota que zumba y chilla, si su deseo es ver, ver su perfil en facebook. La vieja máquina de escribir que a poco cumplirá cien años debió su fama, además de lo dicho, a su silencioso artificio que permitía trabajar en espacios públicos. Por todos lados he buscado la memoria gráfica de su utilización en Bibliotecas o estudios o Librerías, pero no he dado con fotografía alguna. No así en la literatura, con los guiños de T. S. Eliot (Misuri; 1888-1965), Archibald MacLeish (Glencoe; 1892-1982) o Edmund Wilson (Red Bank; 1895-1972).
Santiago me ha regalado la «Remington Noiseless Portable» junto con un hermoso tablero de ajedrez. Y, a diferencia de Homero y Borges que la vista se mes fue, me ha devuelta la mirada a un pasado, a un fragmento del pasado, del que sólo yo puedo ver. Si lector. Si escribiente. Me ha vuelta al poder de determinar, de valorar, de someter lo que está en frente. Me ha vuelto el poder, como el poder le vuelve al lector cuando deshace al autor y se torna a su vez en autor. Me ha vuelto el poder e inventada la lectura retomo la cima del desmemoriado para encontrar mis propios precursores. La Remington me ha vuelto a la inminencia de una revelación que no se produce y, aunque quizá no escriba en ella ya lo hago.




*     http://mytypewriter.com/remingtonnoiselessportablec1931.aspx.


Las portadas de libros Richar Baker

  Las Portadas de libros de Richar Baker   Edgar A. G. Encina   He descubierto el trabajo de Richard Baker (Baltimore, 1959) en una...