lunes, 23 de enero de 2012

L. A. Public Library


Los Ángeles Public Library [http://www.lapl.org] se ubica con el número 630 de la West 5th Street. La Biblioteca Central es dirigida por Giovanna Mannino y alberga, a su vez, la coordinación del sistema bibliotecario de California por Cheryl Collins, el cual regula las más de 70 sedes instaladas a largo y ancho del estado. Si se arriba en auto debe estacionarse en el subterráneo de Maguire Properties, donde se hacen descuentos a costos que van de uno a 38 dólares por día; es gratuito para invitados, residentes y empleados. Si se llega por autobús o en taxi la mejor opción es la entrada principal, que es precedida por una avenida, a manera de alameda, de unos 90 metros de largo. Uno de sus soportes técnicos es su fundación
[http://www.lflal.org]; hace las veces de multirrelacional y/o conducto con el que los extranjeros interesados en visitar-consultar el acervo reservado se hace posible, saltando filas burocráticas.
La entrada del edificio está precedida por jardines -como le llaman- resguardados por altas arboleadas; su diseño arquitectónico lo realizó en la década de los 20’s Lawrence Halprin (Brooklyn, N.Y; 1916-2009) y la asesoría artística fue de Jud Fine (L.A., California; 1944). El exterior es tan atractivo como sus interiores. Fuera, el camino encuentra centrado por una piedra en bruto flotando sobre un océano verde-azulado en reposo. Al paso, se topan inscripciones en 19 distintos idiomas y una escalina
ta final que interrumpe en tres descansos que alegan las palabras «Bright», «Lucid», «Clear». El edificio, en general, representa en su exterior un ícono arquitectónico que reproduce las maneras del Templo de Salomón con agregados que aluden a la lectura y en su portada lleva inscrito: «Et qvasi cvrsores vitai lampada tradvnt».
Los interiores son más fascinantes aún. Lo que hace de sala de recepciones y el atrio pertenecen a distintos tiempos y fines expresivos. Por ejemplo, la primera está decorada -cúpula, pareces, arcos y vidrieras- por lo que entendemos como mural rectangular que termina circundando el ambiente. El segundo es resguardado por enormes ventanales que asoman a las distintas salas, escalinatas eléctricas y un altísimo techo; en su camino se topan varias esculturas iluminadas por juegos de transparencias solares con candelabros de dibujo lúdico. Las salas, como en toda biblioteca, son variadas, cómodas, bien atendidas. La atención corre a cargo de profesionales o «decanos» o «docentes» que son apoyados por personas que ofrecen sus servicios voluntarios. Algunas estancias fueron instaladas con particulares diseños modernos para el reposo, el esparcimiento y/o la seducción de los lectores.

Estuve en el lugar para realizar una estancia breve, apenas un par de días; la idea era revisar algunos libros -álbumes «incunables»- asiéndome del término-, del siglo XIX. -Hasta ahí de eso-. Una de las preseas públicas es la «Bookplate Collection», la cual, dice su información general, contiene gráficos e ilustraciones a color y en blanco-y-negro, que van desde lo formal a lo caprichoso [whimsical]. Éstos, son más de mil 300 ex libris elaborados por encargo de personas que deseaban identificar los libros en sus bibliotecas personales a través de una obra de arte única. La colección, a pesar de estar digitalizada en
casi su totalidad, aún no puede disponerse para su reproducción, pues esperan equipo y material que calibre y obtenga copias de manufactura de calidad.
Un catálogo, afirma Umberto Eco en El vértigo de las listas, es un inventario práctico que refiere a objetos comunes existentes en un lugar determinado. Éstos, por necesidad, son lista finita dada por el gusto de la acumulación, abierta a enriquecerse-incrementarse ad infinitum, y su elenco roza la incongruencia, salvo en caso de suma especialización. Las colecciones, de museos y grandes bibliotecas, son voraces, agobiantes por su avidez; generalmente provienen de colecciones privadas que, a su vez, nacieron de la rapiña, del botín de guerra, del derecho de conquista, de la acumulación de objetos insignes, del orgullo de incrementar ese conjunto. Son, grosso modo, listas que acumulan cantidades indecibles de cosas visibles o no y le atribuyen infinidad de propiedades a uno o varios objetos.
Todo catálogo, sin variar, nace de la acumulación religiosa de cosas en un lugar reservado. Al tiempo, con su exclusiva parsimonia, habrá de interesarse por objetos «semióforos», como les ha nombrado Krysztof Pomian en «Collezione» de Enciclopedia, los cuales son cosas que, dependiente o no de su «valor venal», son signos-significantes, prueba de fe, remitentes de algo; llenos de modos exóticos, son documentos únicos al mundo invisible. Estos «semióforos», reflejo de la acumulación, son tesoros, a veces indistinguibles por el placer estético o la forma dispuesta que requieren de la explicación lógica-razonada-argumentada con coherencia.
Para el caso de la «Bookplate Collection» la suma de estos ejemplares como «rare books» dicen ya mucho de sí. El estado físico general es saludable, en pocos ejemplos la curaduría rescató trazos que hubieran pasado al olvido de la vista común. El discurso es tan variado que el enlistado sugeriría varias categorías internas que fraccionarían la colección, por ello los puntos en la información general sirve de centro aglutinador. Así, los tiempos de creación abarcan las primeras dos décadas del siglo XX y sus medidas son oscilantes; los discursos se disparan y la finura de los trazos van de marcos simples a historias que remiten a un universo no contado. Falta que decir de la misma, queden estas líneas de aperitivo para su historia del arte y la cultura de la escritura.
Nota al vuelo: Emilio Carrazco es propietario de una enorme colección de ex libiris. Quizá el tiempo para su digitalización y estudio nos –instituciones y ciudadanos- apremie. Tomando el ejemplo de L.A Public Library, pienso que la Biblioteca Mauricio Magnadelo y/o el Museo Francisco Goitia y/u otros podrían financiar y dar cobijo a la colección, optando por un catálogo electrónico con su soporte físico en alguno de estos sitios.

miércoles, 11 de enero de 2012

El síntoma juanita


Juana «la loca» (Toledo, España; 1470-1555) representó cierta fascinación para los románticos decimonónicos europeos. Prueba de ello están algunos retratos inspirados en su figura y actuar regados a lo largo del viejo continente. El, quizá, ejemplo más conocido, representativo-titular de estas líneas, es la obra «Doña Juana “la Loca” ante el féretro de Felipe "el Hermoso"» de Francisco Padilla y Ortiz (Zaragoza, España; 1848-1921), pintado en 1887, que ahora pertenece a la colección del Museo Nacional del Prado (www.museodelprado.es). La historia de aquella que fuere reina de Castilla por algo así de 50 años (de 1504 a 1555) y luego viviera encerrada en las Tordesillas de Valladolid, primero por orden de su padre Fernando «el Católico» (Aragón, España; 1452-1516), luego de su hijo Carlos V (Gante, Flandes; 1500-1558), le dio un toque biográfico que desbordó sentimientos, inspirando a las artes para recrear y especular sobre su vida y demencia. Con el transcurso del tiempo, el debate sobre su salud ha proveído varios diagnósticos que caminaron por el tema del celotípico y los delirios; la calificación católica-cristiana fue contundente: endemoniada. Los estudios actuales la han calificado de psicótica-esquizofrénica-tipo-paranoide [para adentrarse mejor al tema, recomiendo un breve pero sustancial texto de Andrea Márquez López Mato titulado «Juana la loca, psicosis esquizofrénica», es posible descubrirlo en la web]. Contrario a la idea de quemarla viva en la hoguera del desprestigio, los asares su existencia contribuyeron a su mitificación.
Ahora bien, el «síntoma Juanita» -como he dado en llamarlo- está vivo, latiendo por todos los pasos que se escuchan al taconear las calles de la ciudad. Los males aquejan por principio a las mujeres, pero no se descarta la existencia de multitudes de hombres que le padecen. Estos son algunos de los síntomas:
  • llanto prolongado y sin contención en cualquier momento/lugar del día. Las noches de cambio lunar suelen motivar la condición y, a su vez, agravan exponencialmente la conducta;
  • cambios de humor repentino. Es probable que el ruido y la falta de atención sólo-y-única al individuo le despierten, sin embargo esto es sólo una tesis, sus raíces son un misterio;
  • el gusto por los bolsos, zapatos y utilería; el placer por los tintes, derrochar dinero y adquirir objetos inservibles son indicadores de que la enfermedad ha incubado sin remedio.
Amable lector, he querido apuntar sólo las pruebas más evidentes. Es obvio que existen más presagios, pero lo dejo para que los deduzca/investigue por su cuenta. Sólo queda advertirle que quizá, sí, usted los ha padecido y su pareja; su madre y hermanos; está rodeado de una pandemia que se puede arreglar, aunque sea sólo placebo, con un abrazo tronador.

Notas informativas/aclaratorias:
  • la cura está trabajándose en los laboratorios más prestigiosos-avanzados del orbe, a pesar del esfuerzo descomunal aún es imposible encontrar solución real al padecimiento citado;
  • no debe confundirse en término «juanita» con el otro usado como «juanitas» que refiere a la utilización política de las mujeres para acceder a algún escritorio de servicio público-político, como diputado. Las «juanitas» son un sustrato rapaz de cierto partido verdoso en México, quizá haya más ejemplos en todos lares
  • no debe confundirse el término «juanita» con el antiquísimo-tradicional de «doña Juanita», pues el segundo refiere a la noble tarea del servicio –al cual rindo pleitesías por su honorable labor-; sus definiciones son aún más complicadas y hermosas que el del primero.
P.D. Este texto ha sido inspirado por dos personas y un efecto. Las personas: mi «Shaparrita» y las manearas redacciones del señor Espinosa Zúñiga. El efecto, calentar motores este año que inicia, con temas que suelten poco a poco los dedos en el teclado invernal.

Cómo sostener una columna literaria

R. van der Mejiden, Strawberries on a plate , Gouache, 33x35cms, 1979. Cómo sostener una columna literaria   Edgar A. G. Encina Una vers...