jueves, 7 de junio de 2007

Spérmata alezeia

Cualquier creación artística es hija de su tiempo y, la mayoría de las veces, madre de nuestros propios sentimientos. Igualmente, cada periodo cultural produce un arte que le es propio y que no puede repetirse.
Wassily Kandinsky en De lo espiritual en el arte



I. Cables sueltos
Parto, visto desde el idealismo, del desencanto. O, si quiere entenderse de una manera teórica, del materialismo. O, desde una propuesta sociológica, de la realidad restringida. Tomo a pie juntillas la idea de que existen una serie de elementos que condicionan la producción artística en la sociedad moderna. Y que, además, estos elementos condicionadores al rebotar en el fenómeno creativo son motivo amargo de la realidad actual, tangible y mercantilista.
Ejemplifico. En la mayoría de los regímenes o estructuras sociales que se enfrentan sin cortapisas con las libertades creadoras reciben como respuesta casi inevitable un despliegue portentoso de creaciones y obras. Esto puede verse en casi todas las manifestaciones artísticas, baste revisar como ejemplos el caso cubano con la literatura y el ruso con la pintura.
Distinto sucede en las sociedades que hacen gala de libertad expresiva y conciben obras que, de acuerdo al mercado, el arte logra llegar y llenar cuotas altísimas de valoración. Este hecho es visible en un infinito número de casos. Sin embargo, la creación artística, meramente dicha, ha adquirido rasgos acentuados de crisis.
En la actualidad, mientras autor y creación; arte y artistas, logran reconocimiento y valor sin precedentes en los campos económico y social, sus obras, en cambio, interesan cada vez menos a la sociedad a la cual van dirigidas produciéndose fisuras irreparables en el proceso de comunicación artística, que comporta la tríada: creador-obra (mensaje)-receptor (público). Por eso alego desencanto.
Los gustos artísticos –si así pueden o deben ser llamados- son ponderados entorno a su valía o plusvalía en el mercado, el nivel de movilidad y compra-venta del autor-obra y su categoría de inversión. Luego, lo que es arte o, mejor dicho, lo que es el arte más supremo de nuestro tiempo responde a su capacidad y necesidad de colocación en el mercado, en la garantía que producen creador y creación de incremento financiero y una mínima causa de riesgo en la adquisición del objeto. Para ponerlo más claro: el mejor artista y/o la mayor obra es la que se vende rápido, bien, mejor que las demás; la que es vista como garantía económica antes que artística. Ahí radica el desaliento.
Comprar una pintura para que, antes de ser colgada, se le piense como inversión y no como descanso espiritual. Adquirir un libro para que, antes de ser leído, se le catalogue como joya y no como creador de mundos irrealizables. Lograr un disco para que, antes de ser escuchado, se le cavile como inédito y no como placer lúdico del alma. Tener, obtener una obra de arte, antes que cualquier otra cosa, y juzgarle por su valor económico, prestigio social o enfoque seudo intelectual, es ponderar al cuerpo sobre el alma y esta es ya una anoréxica.
En ese sentido, Monstserrat Gali Boadella, investigadora de la Universidad Iberoamericana, bosqueja el conflicto en que se puede constatar el hecho de que están rotos los lazos que unen al creador y la obra con la sociedad. La solución, única posible, está en rescatar a ese público secuestrado por los medios y políticas culturales y educativas, reestableciendo los puentes con la sociedad y acortando la brecha abierta desde la época de las vanguardias.





II. Dependencias
La idea de que el arte es, al tiempo, inmensamente libre y servidumbre de altas jerarquías no es novedad alguna. Arte: noble varón o majestuosa princesa o soberano gobernante, de un lugar sin tiempo ni espacio, con vida propia, catalogado por acciones sui generis y constructor de universos especiales, casi intraducibles e incomprensibles, y al unísono esclavo de intereses ocultos, dedicados a ensombrecer vidas, enturbiar conocimientos; subyugar a todo ser humano.
¿Qué posición debe tomar el teórico ante la posibilidad libertaria o esclavista del arte? ¿Qué lugar debe ponderar la visión científica ante la posición, la funcionalidad y la interpretación del arte? ¿ Existe alguna posibilidad de separar el papel del artista, del de su medio ambiente; el de su obra, del rol, de la finalidad de esta?
Néstor García Canclini, en La producción simbólica, arguye que ninguna de esas interrogantes y muchas más son categóricamente imposible de responder debido a la disposición humanista tradicional de los estudios artísticos. Luego, lo único posible es el acercamiento. El estudioso del fenómeno artístico no alcanza llegar al centro del conflicto porque no lo desea o, lo más probable, porque no tenga la lucidez para hacerlo –y entra ahí en otro rompecabezas idealista-..
Por su lado, Jean Dubignaud, en Sociología del arte, habla de la primera “mistificación artística”; que no es otra cosa que la presunción idealista de una “esencia del arte”, siempre igual a sí misma más allá de las variaciones con que se manifiesta y a la cual se accede por una cuestión metafísica. El conflicto es idéntico: el artista es un ser divino –con todo lo que conlleva- y quien accede a su trabajo debe ser lo más próximo al concepto.
Vytautas Kabolis, en La expresión estética: un estudio sociológico, traduce la médula del asunto en el hecho de que el pobre desarrollo en los estudios científicos sobre el arte se deben a que la “disposición humanista” de los investigadores presta más atención al análisis sensorial de los estilos y a sus implicaciones filosóficas que al origen socioeconómico.
Por su parte, Arnold Hauser, en Historia social del arte y la literatura, y Pierre Bourdieu, en “Campo intelectual y proyecto creador”, demuestran que la concepción idealista y romántica del arte como un campo autónomo es desmentida por la evidencia de que esa ideología tiene causas sociohistóricas precisas. La aparición de un mercado propio para las obras de arte y el debilitamiento del poder religioso y cortesano hacen posible que los artistas gocen de una “independencia” nunca conocida en la elección de temas y formas.
Sin embargo esta autonomía, que nunca fue absoluta y cayó en una nueva dependencia: del mercado, generó la ilusión de que el campo estético es indiferente a las presiones sociales, que las obras trascienden los cambios históricos y están siempre disponibles para ser disfrutadas, como un “lenguaje sin fronteras” por hombres de cualquier época, nación o clase social.
En cualquier sentido, las cuatro posturas teóricas impugnan los recursos idealistas para diferenciar el arte de las diferentes actividades sociales y de sí mismo. También reconocen que los hechos estéticos son resultado de una multiplicidad de vivencias, procedentes de campos diversos, y que ésta es difícil de aprehender con los instrumentos habituales, pues no todo arte es definible socialmente.
El arte ha pasado por varias “etapas serviciales”: la utopía y culto al cuerpo humano y la perfección del mismo, luego la religión y su aspecto profetizante pasando al Estado funcional, que educa y muestra el “verdadero” camino, para llegar al mercantilismo actual.




III. Del marchante al marketing
1774, Londres: Sotheby’s abre sus puertas. 1776, Londres: Christie’s aparece en el escenario. Ambas son las galerías y casas de subastas de arte más afamadas y exitosas en la actualidad y, aunque, han trasladado su teatro y centro de operaciones a New York continúan en el Reino Unido. Ambas, también, son la mejor expresión del cambio de marchante a marketing artístico.
El cambio es sustancial; un vuelco en la orientación. Marchante es el viejo concepto galerista de venta al visitador, al amigo, al interesado; una especie de mercado secundario. Marketing es la orientación directa al coleccionista, al museo y a cualquiera que pueda y tenga los medios para adquirir el producto. Es, entonces, el paso del griterío del mercado al espíritu globalizado, que no siempre universal.
Ambas casas son, en ese sentido, representantes máximas del decaimiento del “arte libre” a manos de los controles mercantilistas e institucionales. Son, pues, traducción del desencanto profesado por el “arte puro”, iniciado a mitad del siglo XX, y reflejo del enorme desarrollo de la producción comercial: promoción y consumo.
A partir de Christie’s y Sotheby’s la obra se desempeña como un producto mercantil afinado en una economía. En claro: el arte vive de/en una sociedad de consumo. Esto lleva al creador a definir su lugar desde una posición ideológica, estética o social económica. Una imprime un deber social y estético. Otra le obliga a reconocer los deseos y exigencias del mercado con determinación absoluta y ha suscribirse a la calidad definida y apreciada por sus representantes, piénsese en galeristas, críticos, medios de comunicación, museos y compradores.
Utópicamente, cualquiera que sea forma asumida del artista, ya sea ideológica, estética, social o económica, éste debe comprometerse; ir más allá. El creador debe apostar su vida, su obra y su destino, a una perspectiva que presupone un cambio en las actitudes y principios prevalecientes en el mercado del arte actual. Debe creer que la vuelta a la trueca, a ese “arte libre” por él mismo, y su labor podrá afectar el juicio estético y económico de galeristas, coleccionistas, museógrafos y críticos.





IV. Atrapado: entre las esclavitudes del siglo XXI
Es irónico ver ciertas conductas humanas ponderar los placeres comunes a los exquisitos. Por ejemplo, en la celebración de matrimonio, ya sea ceremonia religiosa o civil, los allegados al evento se pueden contar con los dedos de la mano y hasta recordar detalles minúsculos entorno a ellos. Se olvidan que el germen sustancial del acontecimiento está en la etiqueta y el rito. Por un lado, en el acto de estado se encuentra la consolidación formal de unión entre dos individuos que además de decidir vivir en unión crean un eslabón más en el gen de la sociedad. Por el otro, en la práctica del culto está, además de la fe y el amor, el concepto del alma, que se alimenta de hechos como ese.
Es irónico porque en ambos casos la el simbolismo y la metafísica anteceden a la realidad tangible. Son acontecimientos humanos que surgen para estrechar los vínculos con ejercicios físicos pero desde planos semióticos. Esto es que, en ambos acontecimientos, quien se profesa extasiada es la libertad.
Es irónico porque el gozoso momento es compartido al mundo y, sin embargo, quien acepta la invitación son unos cuantos, los demás esperan la comilona; el banquete para el cuerpo. De ahí surge lo inevitable: ¿aun existe el alma?, ¿esa señora que ha sido obligada a enfermarse de anorexia aún vive o pereció en algún hospital de bajos recursos?
Lo mismo es con el arte, sólo que ahora tiene un agregado. En muchos sentidos, continua siendo el mismo; catalogado de elitista, complicado, etc., y por ello la un alto porcentaje del denominador de la gente sigue viendo de lejos los museos, galerías, exposiciones y librerías.
El agregado es un condimento: el mercantilismo. Este elemento no es nuevo sino que es mayor en su porción. Busca agradar a los más y desea alojarse para su confort en sus paredes, libreros y aparatos reproductores. El nuevo toque del gourmet pretende cambiar del lugar en la carta de exótico a las sopas del día o al platillo del mes. Es obvio que se ignora hasta dónde y cuáles serán las consecuencias reales y tangibles de la permuta en la carta. No se puede saber –aunque sí apostar- si esa señora llamada arte dejará de ser anoréxica. Desconocemos si ese alimento contiene lo necesario para proveerle de vida o sólo engulle comida chatarra que al tiempo rebotará llevándola al hospital; al desenlace trágico.
Luego, ¿qué como el alma?, o ¿cuándo el alma come arte, este le proporciona los nutrientes necesarios para seguir respirando y vivir una vida con sus aflicciones y júbilos cotidianos? Usted qué cree, amable lector
.

Enarratio poetarum

Uno tiende a inventar y a contar mentiras no con el fin de engañar o proceder de mala fe sino para no dejar morir su imaginación, escribe Federico Campell. Tiene uno necesidad de referir historias, de contar para ser, porque por alguna enigmática razón sólo el trabajo de la memoria trastocada en narración es la que nos da una idea de quienes somos: atañe esta labor narrativa a nuestra identidad personal. ¿Quién soy yo? ¿Cómo soy para mi mismo? ¿Cómo soy para los demás? ¿La idea que tengo de mi coincide con la idea que los demás tienen de mi? Desde niños tenemos hambre de historias. Queremos que nos cuenten cuentos antes de pasar a ese otro mundo que es el sueño. Porque es posible que nuestra representación del mundo esté estructurada como una narración. Hay lingüistas que dicen-Mark Turner, por ejemplo- que siempre que hablamos estamos contando una historia. Digamos lo que digamos estamos desgranando una anécdota mientras indtroducimos y sacamos personajes, como si actuara en nosotros una cierta predisposición genética innata hacia la narración. Por eso el filósofo John Searle afirma que el lenguaje nos constituye y cohesiona a la sociedad: "Los animales tiene grupos sociales, pero no tiene nada parecido a la civilización humana. ¿Por qué? Porque ésta es la consecuencia del lenguaje. El lenguaje no sólo facilita la civilización, sino que la crea. El dinero, las vacaciones, el gobierno..., todo está constituido por el lenguaje. El lenguaje es lo fundamental en las relaciones humanas". El gran escritor norteamericano William Mawell, autor de la novela Adiós hasta mañana (editorial Siruela) sostiene que lo que atribuimos a la memoria es una forma de narración que se desarrolla en la mente y se transforma al ser contada. Jesús Ramírez Bermúdez, novelista y neurólogo, acaba de publicar su primera novela: Paramnesia (editorial Random House Mondadori). En una reciente conversación con Arturo García Hernández habla precisamente del acto de narrar o contar una historia. Habla de los juegos que ocurren en nuestra memoria cuando narramos algo: "Cuando contamos algo nos decoramos a nosotros mismos; se da toda una distorsión de la memoria no por razones aleatorias, sino por ciertas necesidades de la identidad personal. Nos creamos una identidad y tenemos que mantenerla a toda costa, aunque a veces se disocie de lo que somos". Y es que Jesús Ramírez Bermúdez sabe que la memoria inventa y no reproduce como cuando uno pone en funcionamiento un disco. La memoria es humana y por tanto sentimental. No puede separarse de la emoción. Lo acaba de contar el novelista Günter Grass. Casi todos sus libros son autobiográficos, pero en Pelando la cebolla habla de lo que nunca dijo. Siempre había tenido grandes reservas como para escribir algo autobiográfico: "El autor tiene que trabajar con sus recuerdos, con su memoria. Y sabemos que la memoria tiende a embellecer situaciones, a presentar cuestiones muy complejas de una forma lo suficientemente simple como para hacerlas narrables". De ahí la desconfianza hacia la propia capacidad de memoria y hacia sus recuerdos. Grass quería escribir a un tiempo, tenía que ser una narración rota. Y con el tiempo le fue cogiendo gusto a esta forma de narrar porque le fue quitando las capas a la cebolla y fue releyendo cosas entre ellas. “Pero además hacia posible algo nada fácil, que era coger a aquel niño del año 1939, una persona tan lejana ya de mi, y entrar en conversación con ella”. Seguimos siendo como niños: a todas horas inventamos nuestra realidad. Dice Detlev Ganten que para ver el papel de la imaginación en la memoria no hay nada mejor que escuchar a los niños narrando sus experiencias. Sin embargo, en la creación de la obra artística literaria –hecha en silencio y en soledad- parece que las cosas suceden de otra manera; al menos no tan deliberada y conciente. Hay quien cree que el yo más profundo del escritor es el que se manifiesta a la hora de escribir. "La idea que recorre como una iluminación Contre Sainte-Beuve, y de hecho toda la novela En busca del tiempo perdido, es que quien ha escrito un poema o una obra que nos ha conmovido no es esa misma persona de la que conocemos sus relaciones sociales, sus hábitos y la vida que ha llevado entre los hombres". Así lo dicen Antonio Mari y Manuel Pla en el prólogo a Contre Sainte-Beuvé. En Recuerdo de una mañana, el libro de Marcel Proust recientemente reeditado por Tusquest según ellos el escritor es aquel que, en soledad y en silencio, ha sido capaz de descubrir el secreto que se esconde en su interior y que nunca habría podido conocer, ni dar a conocer, si no hubiera tenido la posibilidad de darle forma mediante la escritura. El yo que escribe no es el “yo” que vive entre las cosas del mundo. El yo del artista es un yo interior, íntimo y particular, que busca expresarse y que jamás llega a establecer relación alguna con el yo histórico, mundano y contingente. El que escribe es otro yo. Ni siquiera es el yo que se manifiesta en la pareja sexual. El otro yo es el que verdaderamente escribe y que queda entre las páginas del libro.

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